viernes, 8 de febrero de 2008

Pedrada

Por: Rosana Zinni.

Nos separamos hace siete años, pero esa mañana me despertó el olor de su casa. Olor a casa antigua de los suburbios de Buenos Aires, a hojas de libros nuevos y a paredes descascaradas por la humedad. Él fumaba Marlboro y a mí no me molestaba su humo, ni el olor a madera vieja de los muebles que había heredado de su abuela. La cocina, desangelada, con apenas comida, olía al hule con que forraba los armarios. Ahora me pregunto con qué se alimentaba. El fondo de su casa era seis metros de maleza en la que  en verano nacía una nube de mosquitos. Un fin de semana de calor cortamos los pastos y el domingo, al anochecer, hicimos una fogata enorme y naranja.

Poco tiempo después  vi un rasguño extraño en su espalda y a los pocos días una camisa manchada con un rouge que no era el mío. Pero yo no estaba dispuesta a aceptar que me engañaba y menos aún tampoco a perdonarlo. Una tarde de otoño me paré frente a su casa y  tiré una piedra contra su ventana. Uno de los vidrios cayó hecho añicos. Nunca más, despiertos, hablamos. 

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